LF: 95mm. f 4,5. 1/13s. |
Da igual dónde te encuentres. Si la viviste con intensidad, la Semana Santa
retorna al alma y la agita. Una túnica de terciopelo, un redoble en la
palillera o el olor a peladillas. Cualquier insinuación basta para que obre el prodigio,
como esos posos mustios que al removerlos despliegan al aire las esencias que tuvieron
en su esplendor. Anoche me paseé por el barrio del Cabañal de Valencia y
disfruté de una Semana Santa muy diferente a la de mi Sevilla natal. Radicalmente
diferente y sin embargo, cercana. Resulta difícil de explicar. Yo sólo fui un
simple costalero de Sevilla. Nunca comprendí por qué Joaquín Sabina, de entre
todas las vidas, prefería ser pirata cojo a costalero en Sevilla. Aún conservo
la papeleta de sitio de mi primera estación de penitencia bajo el palio de la
Virgen de la Paz, con el mítico Manolo Santiago de capataz, un lejano 15 de
abril de 1984. La vida se va, y los objetos y lugares son crueles con los
recuerdos. Los contemplas con veneración, tratando de que te devuelvan una
pizca de lo vivido, pero son esquivos, cicateros, poco dados a conversar. Y aún
así, conservan un tímido rescoldo de emociones pretéritas que alimentan la
nostalgia. Para el chaval que fui, ser costalero era un honor y un privilegio.
Pertenecer a esa casta de hombres capaces de sufrir lo indecible bajo las
trabajaderas por algo, que si bien se mira, es sólo un sentimiento, me llenaba
de orgullo. Entonces no sabía explicarlo, y hoy todavía me cuesta. Nos hemos
acostumbrado tanto al rédito de cada acción, a valorar las cosas por su precio,
que los gestos del espíritu han quedado arrumbados en el todo a cien de la
historia. Pero puedo asegurar que pocas cosas elevan tanto al hombre como alejarse de sí mismo y trabajar en un esfuerzo común, sentirse parte de un todo
que da sentido a sus actos… La lección que aprendí aquellos años, con el
costal, la faja y las zapatillas de esparto como santos óleos que me
transfiguraban al llegar la primavera, fue que no importa que tu idea de Dios
esté plenamente definida. Si eres capaz de sacrificarte; si no conviertes las
dudas en excusas para eludir tu responsabilidad, por muy ingrata que sea; si
eres capaz de luchar hasta la extenuación y de renacer tras cada chicotá, con más fuerza y entusiasmo que
nunca; entonces es que has comprendido el misterio de Cristo. Quizás no soy el
más indicado para interpretarlo, pero es lo que resuena dentro de mí cada Semana
Santa: un llamador, una voz, hombres que obedecen, se tensan y levantan con
fuerza un milagro. Por muy lejos que me encuentre de Sevilla, no puedo olvidar
que fui, que sigo siendo y que seré siempre un costalero.
Lágrima. No necesariamente tristeza. O sí, para qué nos vamos a engañar
ResponderEliminar