miércoles, 8 de febrero de 2012

EL EMBARCADERO

LF: 65mm. f 10. 1/250s.
El artista romántico, cuando dejaba por un instante de recrearse en su ombligo y contemplaba la naturaleza, se veía sujeto a una especie de estremecimiento que lo liberaba de su narcisismo vital. En definitiva, se sentía feliz de puro sobrecogimiento. Caspar David Friedrich, con ese óleo del hombre de levita negra que se asoma a un acantilado, solo ante un abrumador mar de nubes, retrató perfectamente el sentimiento de su generación. Hay algo de reverencial en esa mirada romántica a la naturaleza, que por otra parte no acaba de ser honesta. Es una mirada que reconoce tímidamente al Creador, pero al mismo tiempo reivindica un papel. El actor, el hombre, está enojado. Su ego se agita ansioso. Hay chispazos en su espacio psicológico interno. Estaba naciendo la subjetividad moderna. Es difícil sustraerse ya al influjo de tanta subjetividad. Hoy, todos somos dioses, al menos creemos serlo. Recuperar la inocencia en la mirada es un ejercicio necesario. Humildad, aceptación, reverencia. Contemplar la naturaleza de esta manera limpia nos colma de paz. Sin adjetivos, sin aspavientos, sin autocompadecernos por estar de paso. El embarcadero nos aguarda. Cedamos el poder al Creador y disfrutemos de la obra.

No hay comentarios:

Publicar un comentario